Villancico en nombre de la señora que va camino del Monte Calvario empós del su muy amado hijo.
¡Fili mi Jesu. Jesu.
oh mi Jesu, fili mi,
quién me matase por ti
por que no murieses tú!
Oh vos omnes qui transitis
por la vía de amargura
llorad la gran desventura
desta triste sunamitis,
sentid su muy gran tristura.
Oh gentes llorad mi mal,
contemplad bien su grandeza,
el cuchillo de crueza
que con dolor tan mortal
me corta de tal tristeza.
Oh judaica crueldad,
dó me llevas el mi amor?
Oh cruel pueblo traidor,
matador sin piedad
de los cristos del señor,
¿qué te hizo el mi cordero,
hijo de mi corazón,
por qué tanto sin razón
has condenado al madero
tu salud y salvación?
Oh dueñas, vos que paristes
hijos de vuestras entrañas,
si muertes de hijos vistes
ved mis angustias extrañas
pues lo que sientes sentistes.
Que me llevan a matar
la vida de mi vivir
y lo peor de sufrir
es que he miedo de quedar
viva viéndolo morir.
Muerto tú, yo no muriendo,
mi bien, qué será de mí?
Oh triste, ¿por qué nací
para más morir viviendo,
sin vida, sin mí, sin ti?
¡Oh hijo tan deseado,
en pureza concebido,
en virginidad parido,
en tal dulzura criado,
de verdugos tan punido!
Oh mi bien que no te veo,
y no puedo ya comigo,
tan flacamente te sigo
cuan fuertemente el deseo
me lleva a morir contigo.
Oh madres habed dolor
desta madre dolorosa
llorad la triste llorosa
que en la muerte de su amor
la mata ansia tan rabiosa.
¡Oh, quien pudiese llegar
a ver tu padecimiento,
tu martirio, tu tormento
porque de verte matar
me mata tu sentimiento!
Mas este dolor mortal
me tiene tan desmayada
y mi alma tan cortada
que llegar a ver mi mal
no puedo, de lastimada.
Y llegando la señora al pie del cadahalso adonde estaba el señor crucificado metido dentro en un pabellón sale una figura y muéstraselo, diciendo:
Oh más hermosa y más bella
que cuantas fueron ni son,
de ver tu mortal pasión
y dolorosa querella
se me quiebra el corazón!
Pues que vienes con tal pena
en busca del tu amado
sabe que es crucificado
el que salva y que condena
por salvar es condenado.
Aquí se dexa la señora caer en tierra sin decir alguna cosa y a la postre vienen José y Nicodemus para tirar el cuerpo del señor de la cruz y adorándolo de rodillas dice José:
Oh hijo de Dios eterno,
verbo divino encarnado,
tan sin culpa condenado
por nos salvar del infierno,
tan sin causa justiciado,
pues no pudo nuestra suerte
servir tu merecimiento
en tu vida y tu tormento
servirt’hemos en la muerte
con mortaja y monumento.
Desenclavando el cuerpo de la cruz pónenlo en el regazo de la señora y ella dice:
Oh cruel cuchillo fuerte,
oh crueza desmedida
oh pena nunca sentida,
ver muerto y ver la muerte
a la vida de mi vida.
Oh muerte, ¿por qué acrecientas
más muertes con tus espacios?
Oh hijo muerto en mis brazos,
oh como ya no revientas,
corazón, en mil pedazos?
Y a la postre pide san Juan licencia a la señora para sepultar el cuerpo, diciendo:
Un triste desconsolado
muy mal puede consolar,
señora, tu gran pesar,
porque deudo tan llegado
no se ruega en tal lugar.
Ver mi Dios y mi señor
sufrir penas tan extrañas,
ver tus angustias tamañas
me dan tamaño dolor
que me rasga las entrañas.
Mas ya que fue voluntad
de la divina clemencia,
con tu virginal prudencia
en mal tan sin piedad
tiene, señora, paciencia.
Y a tu mortal tristura
dale un poco de vagar
y consiente soterrar
al cuerpo en la sepultura,
pues no se puede excusar.
Y sacando a la señora el cuerpo muerto de los brazos, dice ella:
¡Oh triste despedimiento,
oh ausencia tan mortal,
oh mi bien, oh mi gran mal,
no basta mi sufrimiento
para poder sufrir tal!
Dexadme también morir
yluego en un monumento
los dos muertos d’un tormento
sepultad, por no sufrir
tan mortal apartamiento.
Entonces meten el cuerpo del señor en un ataúd y llévanlo a sepultar con miserere mei Deus en tono.